La agricultura chilena se ubica en el mapa global gracias a la calidad de sus frutas y vinos. Sin embargo, alcanzar este logro no ha sido fácil. Chile enfrenta un desafío climático que combina sequías prolongadas, heladas tardías y un régimen de precipitaciones cada vez más impredecible. Durante la última década, entre Coquimbo y La Araucanía, el déficit hídrico bordea el 30% (CR2, 2024).
Frente a ese panorama, la respuesta del sector agrícola ha sido innovar en técnicas de riego y protección contra eventos extremos. Hoy, las palabras clave son riego tecnificado, microaspersión e inteligencia de datos. Esta modernización no solo optimiza el uso del agua, también asegura que los frutales resistan las heladas y aprovechen mejor cada gota disponible.
Los agricultores ya no se resignan a depender de la naturaleza. Aplican sistemas de goteo, microaspersión pulsante, monitoreo remoto y otras tecnologías que hacen posible cultivar con menos agua y obtener rendimientos mayores. Estas soluciones combinan la herencia centenaria del riego por canales con la sofisticación de la electrónica e incluso la telefonía móvil. En zonas propensas a heladas, el efecto iglú de la microaspersión o la dosificación de riego ante temperaturas extremas se han vuelto tan cruciales como el control de plagas. A continuación, se explica cómo Chile ha dado este paso, derribando mitos y mostrando casos de éxito.
Hacia una eficiencia hídrica con riego tecnificado
Tradicionalmente, el riego se hacía por surcos o canales a cielo abierto, con grandes pérdidas por evaporación e infiltración. El resultado era un desperdicio que alcanzaba 50% o más del caudal. Con la llegada del riego presurizado (aspersión, microaspersión y goteo), la eficiencia se disparó. En la zona centro-sur de Chile, por ejemplo, un buen sistema de goteo llega a 90-95% (UACh, 2024). Este salto significa que casi toda el agua aplicada se dirige a la zona radicular, minimizando pérdidas y reduciendo la competencia por el recurso.
La Ley 18.450 de fomento al riego tecnificado, vigente desde 1985, impulsó un cambio profundo, multiplicando por más de tres la superficie con sistemas modernos. Esto no solo favoreció a productores grandes. También benefició a medianos y pequeños, pues su objetivo es cofinanciar proyectos de modernización que eleven la productividad por hectárea y permitan a los agricultores adaptarse a la escasez hídrica. Un estudio del MIT señala que la irrigación por goteo puede reducir hasta un 60% el consumo de agua y, a la vez, aumentar hasta en 90% el rendimiento de los cultivos.
Ese principio de "más producción por gota" se ha convertido en una consigna para el agro chileno que lo ha llevado a liderar estas tecnologías en el mundo.
Microaspersión y manejo de heladas: el "efecto iglú"
Como si no fuese suficiente, la agricultura además de lidiar con escasez de agua, también debe hacer con eventos climáticos extremos, como las heladas, sobre todo las tardías que pueden arruinar frutales de exportación, como cerezos, cítricos, paltos o viñedos. En este contexto, se han desarrollado sistemas de microaspersión que protegen las plantas en noches heladas. Aunque suene contradictorio rociar agua cuando la temperatura baja de 0°C, la termodinámica es clara: el agua al congelarse libera calor latente, formando una capa de hielo que aísla los tejidos internos y evita su congelamiento. Se crea una especie de iglú que salva flores y frutos en etapas críticas.

Los productores chilenos que han adoptado tecnologías como la de Pulsator 205™ junto a Pulsemax 360º, también tienen historias que contar. En la zona central, por ejemplo, la heladas de primavera pueden diezmar la floración del cerezo, afectando la cosecha y las exportaciones. Al mantener los microaspersores activos durante la helada, se forma esa capa protectora. Con un costo de inversión que actualmente es accesible, el retorno es casi inmediato al evitar la pérdida de una sola cosecha. Además, muchas veces estos equipos están preparados para cumplir doble función: riego durante el verano y defensa contra el frío invernal o primaveral.
Enfrentar la sequía con datos: monitoreo remoto e inteligencia de riego
El riego tecnificado ha ido más allá de las matrices lineas de riego. Los productores chilenos integran hoy sensores de humedad de suelo, estaciones meteorológicas y medidores de caudal conectados a plataformas de datos en la cloud. Este ecosistema digital permite un riego inteligente, ajustando los volúmenes según las condiciones reales del campo. En lugares donde cada gota cuenta, saber cuánta humedad queda en el suelo es fundamental.
(Pronto tendremos grandes noticias que contarles al respecto)

Muchos proyectos piloto han demostrado que, al usar telemetría y control remoto, se pueden ahorrar costos de bombeo y reducir las pérdidas de agua. Basta con un smartphone para encender o apagar el riego por sectores en función de la información que entregan los sensores. En la Región de Coquimbo, varios predios instalaron sondas que miden la humedad a distintas profundidades. Los datos mostraron que el suelo retenía más agua de lo que se creía, permitiendo bajar la duración de cada riego sin dañar el cultivo y llamando la atención del MIT.
El resultado: menos energía eléctrica gastada, menor uso de agua y una producción estable, según el proyecto pionero de ANPROS (ver estudio).
Desarmando mitos sobre el agua en la agricultura chilena
Varios mitos circulan en la opinión pública respecto al uso de agua por el sector agrícola. Uno de los más comunes es que "la agricultura malgasta el agua" y genera escasez para otros usos. Sin embargo, la mayor parte de lo consumido se convierte en evapotranspiración de los cultivos, proceso esencial para producir alimentos. Con la tecnificación, cada día se busca que esa evaporación sea lo más productiva posible. Además, la agricultura ha invertido en embalses, canales revestidos y sistemas de recarga, colaborando para optimizar la gestión hídrica a nivel local.
Otro mito sugiere que "los derechos de agua están en pocas manos". En la práctica, existen cientos de miles de agricultores con derechos de riego, organizados en juntas de vigilancia y asociaciones de canalistas. Es cierto que hay temas pendientes en la distribución e inversión en infraestructura, pero la experiencia muestra que las comunidades de regantes suelen llegar a acuerdos para turnarse el agua, sobre todo en años secos. De hecho, la Comisión Nacional de Riego fomenta proyectos asociativos, incentivando a que varios productores unan esfuerzos para mejorar canales y embalses. Como señala un estudio reciente en países menos tecnificados que Chile, con más eficiencia, el ahorro de agua puede dirigirse a otros usos, como consumo humano o recarga de acuíferos.
La clave no pasa por reducir la agricultura, sino por seguir modernizándola. Cuando se logra cultivar más con la misma cantidad de agua, la presión sobre ríos y acuíferos disminuye. Y si esa eficiencia se traduce en encadenamientos productivos (más exportaciones y empleos), la ruralidad también progresa. El agro chileno se ha transformado en un guardián de los recursos hídricos, invirtiendo en innovación para que ni una gota se desperdicie.
Casos de éxito que inspiran
Cerezos en la Región Metropolitana: Las heladas primaverales amenazan cada año la floración, poniendo en jaque millones de dólares en exportaciones. Varios fundos optaron por microaspersores antiheladas, que forman una fina película de hielo alrededor de las flores, protegiéndolas de daños. En octubre reciente, esta técnica salvó plantaciones que hubieran quedado devastadas con -4°C.
Viñateros familiares en el Maule: Pequeños productores de uva país modernizaron su riego con goteo y paneles solares, aprendiendo a manejar tensiómetros que indican el momento preciso de regar por cada sector. Tras un par de temporadas, ahorraron 25-30% de agua y obtuvieron uvas de mayor calidad. También redujeron el gasto energético, mejorando sus márgenes y fortaleciendo el arraigo rural.
Estos ejemplos ilustran un esfuerzo sistemático por adaptar la agricultura chilena al cambio climático. Desde los limones del desierto hasta los cerezos del valle central, se multiplican historias de éxito que llaman la atención de otros países. Como lo demuestra un reciente informe, expertos de República Dominicana, México y lugares con estrés hídrico han buscado la experiencia chilena para replicar modelos de riego tecnificado. En la práctica, Chile exporta know-how y sistemas de riego tanto como exporta frutas.
Chile, una potencia agrícola que lidera la innovación en el mundo
El ecosistema de empresas y actores alrededor del riego tecnificado se ha convertido en una herramienta de resiliencia e innovación, capaz de enfrentar la sequía y proteger cultivos de alto valor. DEmostraci´no de ello es la existencia de gremios empresariales muy activos y robustos, como Agrotech Chile y Climatech Chile, enfocados en buscar opciones y soluciones tecnológicas para estos desafíos. Chile pasó de canales a cielo abierto a microaspersores e IoT, demostrando que la innovación puede surgir en el campo y beneficiar tanto al productor como al país. Hoy vemos cómo el "más con menos" ya no es un eslogan vacío, sino una realidad tangible: más toneladas de fruta con menos litros de agua, más seguridad alimentaria con menos incertidumbre climática.

En los próximos años, la tecnificación del riego seguirá creciendo, junto con la adopción de tecnologías digitales para un control aún más fino. La agricultura chilena camina hacia una mayor sostenibilidad, consciente de que la adaptación climática plantea una nueva oportunidad de diferenciación. Con riego eficiente, microaspersión antiheladas, monitoreo remoto y la voluntad de cooperar, el campo chileno está forjando un modelo de gestión hídrica que otros países del mundo observan con mucho interés. Esa capacidad de innovar en medio de la adversidad tal vez sea el mejor sello de identidad de la agricultura nacional.