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Control Climático
Heladas en frutales de alto valor: los distintos rostros del frío en cerezos, kiwis, arándanos, uvas, cítricos y paltos
Un cerezo en plena floración puede perder toda su producción con apenas -1°C. Un palto joven, directamente su vida. Mientras los productores chilenos enfrentan heladas cada vez más impredecibles, la ciencia detrás del daño celular revela por qué cada especie frutal tiene su propia historia de supervivencia al frío.



Por: Sofia Cáceres
Publicado: 11 de junio de 2025
Cada temporada agrícola trae consigo oportunidades y desafíos, pero en los cultivos frutales de alto valor, pocos fenómenos generan tanto respeto como las heladas. Si bien el frío es parte inherente de los climas templados y mediterráneos donde florecen nuestras principales producciones, su impacto puede ser dramático cuando coincide con períodos fenológicos sensibles.
Las heladas afectan los tejidos vegetales de formas muy distintas según la especie, el estado de desarrollo de la planta, la duración y tipo de helada, y múltiples factores fisiológicos y ambientales que determinan su severidad.
Cuando hablamos de heladas, no nos referimos simplemente a la marca de un termómetro que desciende bajo cero. El verdadero daño comienza a gestarse dentro de las células vegetales. A medida que la temperatura cae, el agua intracelular comienza a migrar hacia el espacio extracelular donde se forma hielo. Este proceso de congelación extracelular deshidrata progresivamente las células. Mientras el proceso sea moderado, la planta puede resistir; sin embargo, si el enfriamiento es rápido o las temperaturas alcanzan niveles extremos, las membranas celulares se rompen y el daño es irreversible.
El fenómeno se vuelve aún más complejo si consideramos los distintos tipos de helada. Las heladas radiativas, típicas de noches despejadas y sin viento, generan descensos térmicos intensos en las capas bajas de aire. Por otro lado, las heladas advectivas, asociadas al ingreso de masas de aire frío desde latitudes polares, abarcan grandes extensiones y son difíciles de manejar debido a su intensidad y duración.
Pero más allá de los procesos físicos y fisiológicos, lo que realmente importa en Chile es entender cómo este fenómeno afecta, en términos prácticos, a los cultivos que sustentan nuestra fruticultura. Veamos en detalle cómo distintas especies enfrentan este desafío climático.
El desafío del frío en los cerezos
El cerezo, líder de la fruticultura chilena, presenta una sensibilidad marcada a las heladas primaverales. Durante el letargo invernal, sus yemas logran tolerar descensos incluso cercanos a los -10°C, pero esta resistencia se pierde rápidamente a medida que inicia su ciclo reproductivo. Cuando las flores comienzan a abrirse, bastan temperaturas de apenas -1°C para afectar el óvulo y el pistilo, comprometiendo la polinización y cuaja. Lo más complejo es que muchas veces los efectos de una helada no se manifiestan de inmediato, sino semanas después, cuando la falta de frutos cuajados evidencia el daño oculto. En etapas de fruta recién cuajada, temperaturas entre -1,5°C y -2°C son suficientes para provocar la caída temprana de frutos afectados.
Los kiwis y su extrema vulnerabilidad
Si los cerezos son sensibles, los kiwis llevan esta vulnerabilidad a un nivel aún mayor. Al ser una especie sub-tropical, durante la brotación y desarrollo vegetativo temprano, los brotes de kiwi no soportan temperaturas por debajo de -0,5°C. Una helada primaveral leve puede aniquilar completamente la producción de la temporada. Pero el riesgo no termina ahí: en inviernos particularmente fríos, la madera y las yemas productivas también pueden sufrir daños severos, especialmente en plantaciones jóvenes previas a la lignificación.
Arándanos: resiliencia durante el letargo, fragilidad en la floración
El arándano muestra una interesante dualidad frente a las heladas. Durante el invierno, las yemas florales pueden resistir temperaturas extremas. Sin embargo, esa resistencia se desvanece al llegar la primavera. Las flores abiertas y los frutos recién cuajados se vuelven vulnerables a temperaturas negativas leves, del orden de -1°C a -1,5°C. Los daños no solo reducen el volumen de cosecha, sino que también afectan la uniformidad, calibre y calidad comercial de los frutos.
La vid: brotes frágiles en la salida del invierno
Tanto la uva de mesa como la vinífera comparten un patrón similar frente al frío. Durante su dormancia profunda en invierno, las vides pueden tolerar descensos de -10°C sin mayores consecuencias. Sin embargo, el peligro aparece al iniciar la brotación. Los brotes primarios, esenciales para la producción, son sumamente sensibles. Temperaturas de apenas -0,5°C pueden eliminarlos por completo, obligando a la planta a emitir brotes secundarios, que tienen menor potencial productivo y afectan la calidad enológica en el caso de las viníferas.
Cítricos: el peligro de las heladas invernales
En los cítricos, la sensibilidad varía según especie y estado de desarrollo. Las flores, brotes y frutos en formación son sumamente vulnerables a temperaturas bajo cero. El daño en fruta -que se mantiene en el árbol durante todo el invierno -, se manifiesta como necrosis interna, pérdida de firmeza y pardeamiento de la pulpa. Los limoneros encabezan la lista de sensibilidad, seguidos de las mandarinas y finalmente los naranjos. Lo complejo es que daños subletales pueden afectar la brotación y la productividad de la temporada siguiente, incluso cuando los síntomas no sean inmediatamente evidentes.
Paltos: el frutal más indefenso ante el frío
Entre todas las especies analizadas, el palto es, sin duda, el más sensible. Además de que el fruto permanece expuesto durante todo el invierno, sus tejidos vegetativos pueden sufrir daños desde los 0°C, y temperaturas de -2°C son suficientes para destruir ramas, inflorescencias y, en casos extremos, provocar la muerte total de árboles jóvenes. Durante la floración, el daño sobre las inflorescencias compromete gravemente la cuaja y el potencial productivo de la temporada. Esta alta susceptibilidad explica la complejidad del manejo de paltos en zonas con riesgo de heladas invernales o primaverales.
La defensa más eficiente: aspersión de baja precipitación
Cuando el riesgo de heladas es recurrente, la protección activa de los cultivos es fundamental. Entre las distintas tecnologías disponibles, la aspersión con agua destaca por su eficacia agronómica y energética. Al aplicar agua sobre los tejidos vegetales durante la helada, se aprovecha el calor de fusión liberado en el proceso de congelación del agua para mantener la temperatura del tejido cercano a los 0°C, evitando que el interior celular alcance niveles letales, el denominado "Efecto Iglú".
Hoy en día, los sistemas de aspersión de baja precipitación permiten lograr esta protección con un uso controlado de agua, reduciendo los riesgos de saturación de suelos, formación excesiva de hielo y compactación. La correcta calibración de estos sistemas —normalmente en el rango de 0,5 a 1,5 mm/hora de aplicación— asegura que la cantidad de agua aplicada sea la estrictamente necesaria para mantener el equilibrio térmico, maximizando su eficiencia.
Además, este tipo de sistemas permite una operación más prolongada durante eventos de heladas extensas, optimizando los recursos hídricos disponibles y asegurando una cobertura homogénea sobre los tejidos sensibles. Su efectividad ha sido ampliamente validada tanto en frutales de carozo, como en cerezos, arándanos, kiwis, vides y cítricos.
Un fenómeno climático cada vez más desafiante
En los últimos años, la variabilidad climática ha venido acentuando tanto la frecuencia como la intensidad de los eventos de heladas. El cambio climático no solo altera las temperaturas promedio, sino que ha generado un escenario más impredecible: heladas más tardías, olas de frío intensas fuera de los períodos habituales, y ventanas de riesgo que se extienden hasta fases avanzadas del desarrollo fenológico.
Esta mayor inestabilidad climática obliga a los productores a adaptarse y anticiparse. Las decisiones de protección contra heladas ya no son una opción puntual, sino un componente estructural dentro del manejo agronómico de los huertos. La implementación de sistemas de protección activa —como la aspersión de baja precipitación— adquiere cada vez más relevancia como una herramienta concreta, eficaz y sostenible para enfrentar este desafío creciente.
En Tierraverde, acompañamos a los productores precisamente en este camino de adaptación, combinando conocimiento fisiológico profundo, monitoreo climático de precisión y asesoría técnica especializada para convertir el riesgo climático en decisiones informadas. Porque frente al nuevo escenario climático, la anticipación es hoy el mejor resguardo productivo.
Cada temporada agrícola trae consigo oportunidades y desafíos, pero en los cultivos frutales de alto valor, pocos fenómenos generan tanto respeto como las heladas. Si bien el frío es parte inherente de los climas templados y mediterráneos donde florecen nuestras principales producciones, su impacto puede ser dramático cuando coincide con períodos fenológicos sensibles.
Las heladas afectan los tejidos vegetales de formas muy distintas según la especie, el estado de desarrollo de la planta, la duración y tipo de helada, y múltiples factores fisiológicos y ambientales que determinan su severidad.
Cuando hablamos de heladas, no nos referimos simplemente a la marca de un termómetro que desciende bajo cero. El verdadero daño comienza a gestarse dentro de las células vegetales. A medida que la temperatura cae, el agua intracelular comienza a migrar hacia el espacio extracelular donde se forma hielo. Este proceso de congelación extracelular deshidrata progresivamente las células. Mientras el proceso sea moderado, la planta puede resistir; sin embargo, si el enfriamiento es rápido o las temperaturas alcanzan niveles extremos, las membranas celulares se rompen y el daño es irreversible.
El fenómeno se vuelve aún más complejo si consideramos los distintos tipos de helada. Las heladas radiativas, típicas de noches despejadas y sin viento, generan descensos térmicos intensos en las capas bajas de aire. Por otro lado, las heladas advectivas, asociadas al ingreso de masas de aire frío desde latitudes polares, abarcan grandes extensiones y son difíciles de manejar debido a su intensidad y duración.
Pero más allá de los procesos físicos y fisiológicos, lo que realmente importa en Chile es entender cómo este fenómeno afecta, en términos prácticos, a los cultivos que sustentan nuestra fruticultura. Veamos en detalle cómo distintas especies enfrentan este desafío climático.
El desafío del frío en los cerezos
El cerezo, líder de la fruticultura chilena, presenta una sensibilidad marcada a las heladas primaverales. Durante el letargo invernal, sus yemas logran tolerar descensos incluso cercanos a los -10°C, pero esta resistencia se pierde rápidamente a medida que inicia su ciclo reproductivo. Cuando las flores comienzan a abrirse, bastan temperaturas de apenas -1°C para afectar el óvulo y el pistilo, comprometiendo la polinización y cuaja. Lo más complejo es que muchas veces los efectos de una helada no se manifiestan de inmediato, sino semanas después, cuando la falta de frutos cuajados evidencia el daño oculto. En etapas de fruta recién cuajada, temperaturas entre -1,5°C y -2°C son suficientes para provocar la caída temprana de frutos afectados.
Los kiwis y su extrema vulnerabilidad
Si los cerezos son sensibles, los kiwis llevan esta vulnerabilidad a un nivel aún mayor. Al ser una especie sub-tropical, durante la brotación y desarrollo vegetativo temprano, los brotes de kiwi no soportan temperaturas por debajo de -0,5°C. Una helada primaveral leve puede aniquilar completamente la producción de la temporada. Pero el riesgo no termina ahí: en inviernos particularmente fríos, la madera y las yemas productivas también pueden sufrir daños severos, especialmente en plantaciones jóvenes previas a la lignificación.
Arándanos: resiliencia durante el letargo, fragilidad en la floración
El arándano muestra una interesante dualidad frente a las heladas. Durante el invierno, las yemas florales pueden resistir temperaturas extremas. Sin embargo, esa resistencia se desvanece al llegar la primavera. Las flores abiertas y los frutos recién cuajados se vuelven vulnerables a temperaturas negativas leves, del orden de -1°C a -1,5°C. Los daños no solo reducen el volumen de cosecha, sino que también afectan la uniformidad, calibre y calidad comercial de los frutos.
La vid: brotes frágiles en la salida del invierno
Tanto la uva de mesa como la vinífera comparten un patrón similar frente al frío. Durante su dormancia profunda en invierno, las vides pueden tolerar descensos de -10°C sin mayores consecuencias. Sin embargo, el peligro aparece al iniciar la brotación. Los brotes primarios, esenciales para la producción, son sumamente sensibles. Temperaturas de apenas -0,5°C pueden eliminarlos por completo, obligando a la planta a emitir brotes secundarios, que tienen menor potencial productivo y afectan la calidad enológica en el caso de las viníferas.
Cítricos: el peligro de las heladas invernales
En los cítricos, la sensibilidad varía según especie y estado de desarrollo. Las flores, brotes y frutos en formación son sumamente vulnerables a temperaturas bajo cero. El daño en fruta -que se mantiene en el árbol durante todo el invierno -, se manifiesta como necrosis interna, pérdida de firmeza y pardeamiento de la pulpa. Los limoneros encabezan la lista de sensibilidad, seguidos de las mandarinas y finalmente los naranjos. Lo complejo es que daños subletales pueden afectar la brotación y la productividad de la temporada siguiente, incluso cuando los síntomas no sean inmediatamente evidentes.
Paltos: el frutal más indefenso ante el frío
Entre todas las especies analizadas, el palto es, sin duda, el más sensible. Además de que el fruto permanece expuesto durante todo el invierno, sus tejidos vegetativos pueden sufrir daños desde los 0°C, y temperaturas de -2°C son suficientes para destruir ramas, inflorescencias y, en casos extremos, provocar la muerte total de árboles jóvenes. Durante la floración, el daño sobre las inflorescencias compromete gravemente la cuaja y el potencial productivo de la temporada. Esta alta susceptibilidad explica la complejidad del manejo de paltos en zonas con riesgo de heladas invernales o primaverales.
La defensa más eficiente: aspersión de baja precipitación
Cuando el riesgo de heladas es recurrente, la protección activa de los cultivos es fundamental. Entre las distintas tecnologías disponibles, la aspersión con agua destaca por su eficacia agronómica y energética. Al aplicar agua sobre los tejidos vegetales durante la helada, se aprovecha el calor de fusión liberado en el proceso de congelación del agua para mantener la temperatura del tejido cercano a los 0°C, evitando que el interior celular alcance niveles letales, el denominado "Efecto Iglú".
Hoy en día, los sistemas de aspersión de baja precipitación permiten lograr esta protección con un uso controlado de agua, reduciendo los riesgos de saturación de suelos, formación excesiva de hielo y compactación. La correcta calibración de estos sistemas —normalmente en el rango de 0,5 a 1,5 mm/hora de aplicación— asegura que la cantidad de agua aplicada sea la estrictamente necesaria para mantener el equilibrio térmico, maximizando su eficiencia.
Además, este tipo de sistemas permite una operación más prolongada durante eventos de heladas extensas, optimizando los recursos hídricos disponibles y asegurando una cobertura homogénea sobre los tejidos sensibles. Su efectividad ha sido ampliamente validada tanto en frutales de carozo, como en cerezos, arándanos, kiwis, vides y cítricos.
Un fenómeno climático cada vez más desafiante
En los últimos años, la variabilidad climática ha venido acentuando tanto la frecuencia como la intensidad de los eventos de heladas. El cambio climático no solo altera las temperaturas promedio, sino que ha generado un escenario más impredecible: heladas más tardías, olas de frío intensas fuera de los períodos habituales, y ventanas de riesgo que se extienden hasta fases avanzadas del desarrollo fenológico.
Esta mayor inestabilidad climática obliga a los productores a adaptarse y anticiparse. Las decisiones de protección contra heladas ya no son una opción puntual, sino un componente estructural dentro del manejo agronómico de los huertos. La implementación de sistemas de protección activa —como la aspersión de baja precipitación— adquiere cada vez más relevancia como una herramienta concreta, eficaz y sostenible para enfrentar este desafío creciente.
En Tierraverde, acompañamos a los productores precisamente en este camino de adaptación, combinando conocimiento fisiológico profundo, monitoreo climático de precisión y asesoría técnica especializada para convertir el riesgo climático en decisiones informadas. Porque frente al nuevo escenario climático, la anticipación es hoy el mejor resguardo productivo.
Cada temporada agrícola trae consigo oportunidades y desafíos, pero en los cultivos frutales de alto valor, pocos fenómenos generan tanto respeto como las heladas. Si bien el frío es parte inherente de los climas templados y mediterráneos donde florecen nuestras principales producciones, su impacto puede ser dramático cuando coincide con períodos fenológicos sensibles.
Las heladas afectan los tejidos vegetales de formas muy distintas según la especie, el estado de desarrollo de la planta, la duración y tipo de helada, y múltiples factores fisiológicos y ambientales que determinan su severidad.
Cuando hablamos de heladas, no nos referimos simplemente a la marca de un termómetro que desciende bajo cero. El verdadero daño comienza a gestarse dentro de las células vegetales. A medida que la temperatura cae, el agua intracelular comienza a migrar hacia el espacio extracelular donde se forma hielo. Este proceso de congelación extracelular deshidrata progresivamente las células. Mientras el proceso sea moderado, la planta puede resistir; sin embargo, si el enfriamiento es rápido o las temperaturas alcanzan niveles extremos, las membranas celulares se rompen y el daño es irreversible.
El fenómeno se vuelve aún más complejo si consideramos los distintos tipos de helada. Las heladas radiativas, típicas de noches despejadas y sin viento, generan descensos térmicos intensos en las capas bajas de aire. Por otro lado, las heladas advectivas, asociadas al ingreso de masas de aire frío desde latitudes polares, abarcan grandes extensiones y son difíciles de manejar debido a su intensidad y duración.
Pero más allá de los procesos físicos y fisiológicos, lo que realmente importa en Chile es entender cómo este fenómeno afecta, en términos prácticos, a los cultivos que sustentan nuestra fruticultura. Veamos en detalle cómo distintas especies enfrentan este desafío climático.
El desafío del frío en los cerezos
El cerezo, líder de la fruticultura chilena, presenta una sensibilidad marcada a las heladas primaverales. Durante el letargo invernal, sus yemas logran tolerar descensos incluso cercanos a los -10°C, pero esta resistencia se pierde rápidamente a medida que inicia su ciclo reproductivo. Cuando las flores comienzan a abrirse, bastan temperaturas de apenas -1°C para afectar el óvulo y el pistilo, comprometiendo la polinización y cuaja. Lo más complejo es que muchas veces los efectos de una helada no se manifiestan de inmediato, sino semanas después, cuando la falta de frutos cuajados evidencia el daño oculto. En etapas de fruta recién cuajada, temperaturas entre -1,5°C y -2°C son suficientes para provocar la caída temprana de frutos afectados.
Los kiwis y su extrema vulnerabilidad
Si los cerezos son sensibles, los kiwis llevan esta vulnerabilidad a un nivel aún mayor. Al ser una especie sub-tropical, durante la brotación y desarrollo vegetativo temprano, los brotes de kiwi no soportan temperaturas por debajo de -0,5°C. Una helada primaveral leve puede aniquilar completamente la producción de la temporada. Pero el riesgo no termina ahí: en inviernos particularmente fríos, la madera y las yemas productivas también pueden sufrir daños severos, especialmente en plantaciones jóvenes previas a la lignificación.
Arándanos: resiliencia durante el letargo, fragilidad en la floración
El arándano muestra una interesante dualidad frente a las heladas. Durante el invierno, las yemas florales pueden resistir temperaturas extremas. Sin embargo, esa resistencia se desvanece al llegar la primavera. Las flores abiertas y los frutos recién cuajados se vuelven vulnerables a temperaturas negativas leves, del orden de -1°C a -1,5°C. Los daños no solo reducen el volumen de cosecha, sino que también afectan la uniformidad, calibre y calidad comercial de los frutos.
La vid: brotes frágiles en la salida del invierno
Tanto la uva de mesa como la vinífera comparten un patrón similar frente al frío. Durante su dormancia profunda en invierno, las vides pueden tolerar descensos de -10°C sin mayores consecuencias. Sin embargo, el peligro aparece al iniciar la brotación. Los brotes primarios, esenciales para la producción, son sumamente sensibles. Temperaturas de apenas -0,5°C pueden eliminarlos por completo, obligando a la planta a emitir brotes secundarios, que tienen menor potencial productivo y afectan la calidad enológica en el caso de las viníferas.
Cítricos: el peligro de las heladas invernales
En los cítricos, la sensibilidad varía según especie y estado de desarrollo. Las flores, brotes y frutos en formación son sumamente vulnerables a temperaturas bajo cero. El daño en fruta -que se mantiene en el árbol durante todo el invierno -, se manifiesta como necrosis interna, pérdida de firmeza y pardeamiento de la pulpa. Los limoneros encabezan la lista de sensibilidad, seguidos de las mandarinas y finalmente los naranjos. Lo complejo es que daños subletales pueden afectar la brotación y la productividad de la temporada siguiente, incluso cuando los síntomas no sean inmediatamente evidentes.
Paltos: el frutal más indefenso ante el frío
Entre todas las especies analizadas, el palto es, sin duda, el más sensible. Además de que el fruto permanece expuesto durante todo el invierno, sus tejidos vegetativos pueden sufrir daños desde los 0°C, y temperaturas de -2°C son suficientes para destruir ramas, inflorescencias y, en casos extremos, provocar la muerte total de árboles jóvenes. Durante la floración, el daño sobre las inflorescencias compromete gravemente la cuaja y el potencial productivo de la temporada. Esta alta susceptibilidad explica la complejidad del manejo de paltos en zonas con riesgo de heladas invernales o primaverales.
La defensa más eficiente: aspersión de baja precipitación
Cuando el riesgo de heladas es recurrente, la protección activa de los cultivos es fundamental. Entre las distintas tecnologías disponibles, la aspersión con agua destaca por su eficacia agronómica y energética. Al aplicar agua sobre los tejidos vegetales durante la helada, se aprovecha el calor de fusión liberado en el proceso de congelación del agua para mantener la temperatura del tejido cercano a los 0°C, evitando que el interior celular alcance niveles letales, el denominado "Efecto Iglú".
Hoy en día, los sistemas de aspersión de baja precipitación permiten lograr esta protección con un uso controlado de agua, reduciendo los riesgos de saturación de suelos, formación excesiva de hielo y compactación. La correcta calibración de estos sistemas —normalmente en el rango de 0,5 a 1,5 mm/hora de aplicación— asegura que la cantidad de agua aplicada sea la estrictamente necesaria para mantener el equilibrio térmico, maximizando su eficiencia.
Además, este tipo de sistemas permite una operación más prolongada durante eventos de heladas extensas, optimizando los recursos hídricos disponibles y asegurando una cobertura homogénea sobre los tejidos sensibles. Su efectividad ha sido ampliamente validada tanto en frutales de carozo, como en cerezos, arándanos, kiwis, vides y cítricos.
Un fenómeno climático cada vez más desafiante
En los últimos años, la variabilidad climática ha venido acentuando tanto la frecuencia como la intensidad de los eventos de heladas. El cambio climático no solo altera las temperaturas promedio, sino que ha generado un escenario más impredecible: heladas más tardías, olas de frío intensas fuera de los períodos habituales, y ventanas de riesgo que se extienden hasta fases avanzadas del desarrollo fenológico.
Esta mayor inestabilidad climática obliga a los productores a adaptarse y anticiparse. Las decisiones de protección contra heladas ya no son una opción puntual, sino un componente estructural dentro del manejo agronómico de los huertos. La implementación de sistemas de protección activa —como la aspersión de baja precipitación— adquiere cada vez más relevancia como una herramienta concreta, eficaz y sostenible para enfrentar este desafío creciente.
En Tierraverde, acompañamos a los productores precisamente en este camino de adaptación, combinando conocimiento fisiológico profundo, monitoreo climático de precisión y asesoría técnica especializada para convertir el riesgo climático en decisiones informadas. Porque frente al nuevo escenario climático, la anticipación es hoy el mejor resguardo productivo.
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